Cuando tenía siete años murió mi papá y con él también murió la niña que fui. A partir de ese momento mi vida se convirtió en una gran puesta en escena.
Cuando dedicas tu vida a la simulación la realidad se distorsiona. Ya no sabes si sos lo que sos o si sos lo que actúas. Ya no sabes si tu vida es tu vida o sos una gran puesta en escena.
Es curioso… si le preguntas a una persona que haría si supiera que su vida se terminará en breve, la mayoría responden que correrían con el ser amado. Pero en mis años de estudio y practica descubrí que ante la noción del final en general lo que hacemos es pedir perdón.
Es como si necesitáramos descargar la mochila, soltar eso que nos pesa tanto para poder irnos en paz. Va más allá de la culpa, son remordimientos que no se detienen hasta que comprendes que tu vida es lo que vos hiciste con ella.
Podemos vivir años acallando los remordimientos por lo que hicimos mal, pero cuando sentimos que llega la hora estos vienen a buscarnos como fantasmas del pasado.
Más que el olvido nos aterra que nos recuerden mal. Los remordimientos son el miedo de haber pasado por este mundo sin despertar un poco de amor en los demás.
Los remordimientos tienen la nostalgia de una puesta de sol, se termina el día y todo lo que no hiciste ya no lo podrás hacer, y lo que hiciste no lo podrás cambiar.
Más terrible que el remordimiento por lo que hicimos mal es el remordimiento por lo que no hicimos, eso es imperdonable.
El remordimiento no es más que sabiduría que llega al final, es un intento de que no sea demasiado tarde. Y no se va a detener, el remordimiento no se va a detener hasta que comprendas.
La culpa no nos deja vivir en paz, pero los remordimientos no nos dejan morir en paz.
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